A Leticia Hernández y Fernanda Ortega
Desde el patio de la casa en la que vivo, puedo ver,
estando yo sentado, las copas de dos paulonias, de cuatro plátanos orientales
(enormes), de un pimiento, de una robinia tristemente mal podada y de un
limonero. Más lejos y, sin embargo, más alto que todos ellos, como el espinaso
de un rascacielos, puedo ver un afilado y monumental cedro. Ha de tener, al menos,
unos 25 o 30 metros de altura.
El cliché del arrebol no falla. Es primavera y son ya
las 8.30 PM: corre el viento obligado del ocaso y todo parece incendiarse. Como
una epifanía, sobre la última aguja del cedro que hiende al aire, un tiuque se
balancea negro como el árbol, contrastados ambos contra el cielo ardiente.
Entonces ya todo el entorno me parece un sueño. Me
imagino y siento que soy el narrador de Una
visión de un mundo, de John Cheever, y que la realidad adquiere la
consistencia de los sueños. El viento insistente; la exactitud resignada del
efluvio de la oscuridad. No doy crédito a la quimera que esta contemplativa paz
pone frente a mis ojos. El sopor me arrebata y olvido lo que estaba haciendo.
Olvidé el libro que leía. La piscina armable que llenaba se rebalsa, y
despierto entonces sobresaltado de la salmodia de mis pensamientos. Siento un
poco de frío y hambre. Cierro la llave de la manguera y antes de entrarme
vuelvo a mirar la copa de los árboles. Todas yacen oscuras contrastadas contra
el cielo azul, excepto la buganvilia que crece en el antejardín de nuestra
casa. Es primavera y el ímpetu con que la nueva savia se bombea por sus venas
pareciera otorgarle al lila de sus pétalos una luz propia.
Pienso entonces en un adjetivo que defina esta coyuntura.
Saco mi teléfono. En el tengo instalada una aplicación de la RAE. Aunque ya
conozco su definición, escribo en el buscador del diccionario la palabra “eudemonía”.
eudemonía.
Termino de leerla y
entonces me siento un tanto afortunado, y que mis huesos tienen la certera
salud de un cliché.
El sopor del
domingo que termina contagia mi ánimo y buen humor. Todo vuelve de nuevo a
adquirir la consistencia de los sueños.
Mientras me
recuesto en mi cuarto, con la idea de retomar el libro que leía, por mi mente
pasa el recuerdo, sin saber por qué, de viejos y nuevos amores. De los que se
han ido. De los que permanecen. De los que crecen lozanos en el corazón.
Como la buganvilia,
imagino que desde mi centro la sangre se bombea más fuerte, como si la planta
de mis pies entendieran al pisar el suelo que es primavera.
Eudemonía. Euforia.
Animal. Busco las tres definiciones en la RAE. Pienso que la experiencia se
registra entonces en la abstracción de la memoria y las palabras. Sueño y
poesía: Abra cadabra / Patas de cabra: y entonces toda oscuridad se torna luz,
y viceversa.
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