martes, 2 de agosto de 2011

Bestias mágicas

I

No descuidar el oficio. La bruma es celocía para las espléndidas bestias. La muerte siempre ha parecido estar tan cerca... 

Los árboles parecen callar. Dar pasos en cuclillas, en tiempos por sobre los nuestros. Cimbran sus ramas según las mareas del viento, mientras ven pasar miles de nuestras muertes. Parecieran ignorar con eficacia el estropicio. Retozan y multiplican sus anillos tras sus pieles de elefante.

Hay un carácter. Una templanza de alquimista. Se podría talvez tornar todas estas penas y soledades en la alegría desenfadada de las bestias... En un amor animal.

Pero hay muerte tras la crápula. Pareciera que nada pudiera manifestarse en contra de la corriente. Al menos, no bajo una piel; no siendo una especie.

¿Cuánta desdicha acarrearían las bestias si pudieran verbalizar las amarguras de sus desamores y derrotas?

Y por otro lado, parecieran bienaventurados los que aprehenden el lenguaje de las bestias. Los miedos que los condenan no tienen fuero alguno en la cama.

El viaje es incierto. Hay que estar atento.


II

El cuaderno de viajes mata lo que mira. Mientras mejor se leen las huellas en la nieve, más se apaga en la sangre el instinto cauteloso, paciente y certero de la animalidad. No se cuentan en nuestra lengua las conversaciones de las oquedades.


III

Kafka se murió de viejo.
Es asombroso que así haya sido.
Inmarcesible el tesón de su alma atormentada.


IV

La viruela le quitó a Dersu Uzala toda su familia. Dersu se quedó en el bosque y se hizo cazador experto. Devoró la carne de los animales con respeto. Todo es persona. El río es una enorme persona, con furia. Muy poderosa. También lo es el fuego, decía.

El color del sol arde sobre la tundra asesina. Ensordecedora es la vibración de su silencio. Los fantasmas de las soledades tienen rostros y voces casi describibles.